Por Masaya Llavaneras Blanco
Hernán pasó como un cohete, haciendo ruido y dejando colores. Radiante de carcajadas y con mucho qué contar en los ojos. Así, luminoso, pasó por mi vida en tres ocasiones, unas más largas que otras.
Recuerdo la primera. Yo era pequeña, quizás de unos cinco o seis años. Escucho de mis adultos que conoceré a Hernán, el gran amigo de mi papá que venía de un lugar llamado El Salvador. Me acuerdo de haberme hecho la pregunta (o quizás se la hice a mis padres, no recuerdo), de si él era “su mejor amigo”, después de todo esa es una posición de honor para cualquier niña de cinco, o al menos , para la niña que fui yo. Recuerdo que mi mamá me dijo que me iba a parecer rara la forma en que se veía, que no me fuera a impresionar. Fue un encuentro breve…
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